miércoles, 2 de julio de 2014

La burbuja cinegética


Si a un contratista de la madera le intentaran vender el aprovechamiento maderero de un descampado argumentándole que hace años hubo una magnífica masa de pinos, este le preguntaría al propietario del terreno si sufre demencia senil o algo por el estilo. Pues bien, esta paradoja ocurre en la actualidad con el arrendamiento de la caza. Cotos donde antaño hubo abundante caza menor y hoy no, pretenden ser arrendados por sus propietarios por el mismo precio que hace diez años. Más allá de los motivos del descenso de la caza menor, que son variados y no pocos (modificación del hábitat, agricultura intensiva, enfermedades, etc.), no es de recibo que se pague por un recurso natural un precio mucho mayor del que realmente cuesta. Si a esto le sumamos el actual proceso de empobrecimiento de la ciudadanía, es evidente que el acceso a un coto por parte de miles cazadores se ve cada día más comprometido.

En los últimos años la densidad de perdices, liebres o conejos se ha reducido en más de un 50% en millares de acotados de nuestra geografía. Si atendemos a una valorización real de los recursos cinegéticos, el arrendamiento de la caza en dichos cotos debería haberse reducido al menos en ese mismo porcentaje. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Pocos titulares cinegéticos han adaptado los precios de los arrendamientos a los nuevos niveles de sus recursos venatorios. Solo los más sensatos han negociado bajadas medianamente coherentes con las densidades de caza menor, pero en muchos casos la soberbia o ambición de numerosos propietarios ha llegado a dejar cotos desiertos. La cosa es sencilla, un coto privado se arrenda entre varios cazadores, si unos cuantos se niegan a pagar una cuota excesiva o no pueden asumirla, se abandona el coto por incapacidad de pago. Mucha gente esta cansada de pagar mil euros por cazar siete conejos en toda la temporada, y aún más gente está dejando de tener esos mil euros. A algunos propietarios se les olvida que los cazadores arrendamos, no hacemos obras de caridad.

Desgraciadamente esta actitud de intentar sacar leche del toro no solo se produce en la propiedad privada. La administración pública, en un empeño de sus actuales ocupantes de guiarse exclusivamente por criterios de rentabilidad, también viene sobrevalorando económicamente nuestros recursos cinegéticos sin apenas dedicar medios a su gestión. Un indicador de esta situación son las subastas de caza en terrenos públicos que en el último año quedaron desiertas debido al sobrecoste que suponían para las sociedades de cazadores [1]. En la misma línea, no han dudado en privatizar y sacar a concurso los arrendamientos cinegéticos de montes y fincas públicas, antes accesibles a cualquier ciudadano y ahora solo a determinados gestores privados o cazadores de alta capacidad adquisitiva. Ejemplos de este tipo son la privatización de los cotos sociales en Castilla la Mancha por parte de la Señora Cospedal [2] o la privatización de la caza en fincas emblemáticas del Estado como Lugar Nuevo y Selladores Contadero [3]. Si estos montes públicos se mantienen con los impuestos de todos, ¿por qué solo los puede cazar quien pague un puesto de 2.000 euros? ¿Es que no hay suficientes fincas privadas? Alguien debería explicarles que tanto la caza como los montes públicos cumplen una importante función social, aunque es obvio que esos términos son hoy ignorados y despreciados por la mayoría de nuestros gobernantes.

Como no podía ser de otra forma, la responsabilidad de esta situación es de los actuales mandatarios. En primer lugar, es responsabilidad de la administración pública favorecer que usos tradicionales del medio natural como la caza, que dan al monte un valor añadido y revitalizan el mundo rural, sean practicados en la medida de la posible. Sin embargo, en ningún caso se han preocupado de gestionar ni fomentar el uso racional de dicho recurso, sino exclusivamente de favorecer su rentabilidad económica como si fuera esta su única función. Por si fuera poco, las cuatro reformas que supuestamente hacen en amparo de la caza van encaminadas a favorecer al lobby de grandes propietarios y explotaciones cinegéticas intensivas. Consecuencia: los de siempre hacen negocio, los cazadores no vemos resueltos nuestros problemas y los ecologistas se tiran de los pelos.

Por otro lado, la administración arrastra un error histórico en relación a la caza, y es la escasa tecnificación de este recurso. ¿Como es posible que a día de hoy no se pueda hacer una valoración real de lo que vale la caza de un monte al igual que ocurre con la madera? En estas condiciones especular con el precio de la caza ha sido muy fácil, de ahí los abusos de los últimos años. Tristemente, la gestión de la caza por parte de las respectivas consejerías de medio ambiente se ha basado hasta hoy en poco más que llevar a cabo trámites administrativos, de forma que la práctica cinegética pudiera realizarse en condiciones de legalidad. Actualmente la mayor parte de los técnicos de las secciones de caza se dedican a expedir permisos, reeditar órdenes de vedas e intentar solucionar los conflictos que mayor urgencia reclaman. Sin embargo, entre sus labores no se encuentra la elaboración de censos de las principales especies cinegéticas, su seguimiento poblacional, la ordenación de su caza, así como la búsqueda de nuevas formulas de gestión. La causa de esta sinrazón es que la gran mayoría de gobiernos regionales no dotan de medios económicos ni humanos a las secciones de caza para que puedan llevar a cabo tales misiones, saturando a los técnicos con trámites administrativos que copan su jornada laboral. Por tanto, podría decirse que si la propia administración gestiona un recurso natural como si fuese una pandereta, como van los propietarios privados a ser coherentes en el arrendamiento y gestión de sus fincas. La caza no es un producto especulativo sino un recurso natural, y como tal debería gestionarse, valorarse y arrendarse. 



Curiosamente esta situación guarda múltiples semejanzas conceptuales con la burbuja inmobiliaria. En la caza encontramos intereses privados abusivos y la complicidad de gobernantes que actúan con un criterio similar o con intereses bastardos. El mundo al revés: pisos vacíos y gente sin pisos, y cotos vacíos y cazadores sin coto.  Lo de privatizar la caza en fincas públicas recuerda al famoso Banco Malo (Sicab), que en vez de dar en alquiler social a familias desahuciadas las viviendas de las cajas nacionalizadas, prefieren malvenderlas a fondos buitre [4]. Tiene lógica, la decisión es en ambos casos tomada por los mismos. En cualquier caso, el resultado es evidente, cada vez menos aficionados pueden permitirse económicamente practicar la caza, y como consecuencia el número de licencias cada año es menor [5]. Una vez más, cabe preguntarse por qué este grave problema no se encuentra entre las principales reivindicaciones de las organizaciones de cazadores o Federaciones, ¿Por qué no exigen que la administración gestione terrenos libres o cotos sociales a precios asequibles? ¿A qué tipo de cazador defienden? Evidentemente, pensarán que son más útiles esos pseudocongresos donde siempre hablan los mismos para la posterior foto y comilona.

Sin lugar a dudas necesitamos que los gobiernos autonómicos apuesten por cotos sociales accesibles al bolsillo de los cazadores, donde se dediquen medios para su gestión y vigilancia. Una gran mayoría de cazadores no quiere grandes perchas, solo poder tener un lugar donde cazar con su perro y disfrutar del campo entre amigos. Asimismo, necesitamos a una administración que apueste por la tecnificación de la caza, dotando de técnicos especializados y medios económicos a sus secciones de caza. Necesitamos que la caza se gestione como el recurso natural que es, y todo el conocimiento que mana de las universidades e investigaciones en materia cinegética se refleje en dicha gestión. Y por qué no decirlo, necesitamos administraciones con gobernantes diferentes que apuesten realmente por la gestión y conservación de nuestros recursos naturales; los de los últimos 35 años han demostrado más que sobradamente que les importan más otras cosas.


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