Parece que fue ayer cuando con las primeras luces del amanecer caminábamos sobre aquellos barbechos todavía helados por la escarcha para intentar volar las perdices hacia los
rastrojos. Hacerlo más tarde, una vez comenzara a calentar el sol, suponía
atravesar verdaderos cenagales intransitables que sumaban kilos de barro a
nuestras botas. En esas sufridas caminatas con guantes y ojos llorosos por el
frío invernal era común observar cómo, tras agrupar varios bandos, llevábamos casi
un centenar de perdices apeonando delante nuestra. Era a partir de media mañana
cuando éramos capaces de cansar y situar a algunos pájaros en las zonas con
algo de pasto y matorral para que finalmente se acabaran aplastando. En aquellos días,
hará ya unos 10-12 años, disfrutábamos de magnificas jornadas de caza, en los que
apenas un pequeño porcentaje de las patirrojas del coto era capaz de
proporcionarnos numerosos y diversos lances.
Algo
dificil de olvidar fue lo ocurrido la última jornada de caza de una de
aquellas temporadas. Después de una larga mañana moviendo a un nutrido grupo de
perdices, estás consiguieron torearnos y las perdimos de vista. Así, justo cuando llegabamos de vuelta a
los coches sin entender donde se habían metido, vimos cómo en la lejanía arrancaron el vuelo más de cien pájaros. Aquello tuvo sabor agridulce. No fuimos capaces
de acercarnos a ni una sola de esas perdices despues de varios vuelos, pero abandonamos el lugar con la grata sensación de haber
dejado madre, y mucha. Esta
anécdota cobra su verdadero interés por lo ocurrido en la temporada siguiente. Pasada
la primavera, nos resultó extraño que viéramos tan pocas polladas, tanto en el descaste
como en la media veda; pero le quitamos importancia. Llegó la general y las
hipótesis más negativas se cumplieron: apenas quedaban cuatro reducidos bandos
en un coto de 500 ha. ¿Dónde quedó la densidad del año anterior, donde el
último día contabilizamos al menos 100 ejemplares que sobrevivieron al
invierno?
Aún
no sabemos los motivos concretos, pero sí que desde esa temporada la densidad
de perdiz jamás volvió a sus valores anteriores. Con el tiempo nos fuimos
enterando que esta situación también estaba ocurriendo en los cotos aledaños,
es decir, no era algo puntual. Paradójicamente, en esa época los escasos
linderos del coto fueron siendo poco a poco devorados por los cultivadores, y
empezó a ser común ver tractores arando los rastrojos en pleno verano. Asimismo,
alguna que otra carretera de nueva construcción atravesó el coto, convirtiendo
el antiguo arroyo que serpenteaba por uno de los valles en terraplenes, asfalto
y pequeñas escombreras de restos de obra. Eran tiempos en que se oía con
frecuencia aquello de que España iba bien, y que el progreso recorría nuestro
país.
Como
era de esperar, el número de perdices fue reduciéndose cada año, con la excepción
de alguna temporada donde en vez de tres bandos había cinco, pero la tendencia
era clara. A día de hoy, las escasas descendientes de aquellas numerosas perdices
que corríamos por barbechos y rastrojos se refugian en las cercanías de la
carretera, que es donde queda algo de vegetación herbácea y refugio ante los
predadores. Aún, cuando visitamos el coto en verano es posible incluso ver alguna pollada. No obstante, en invierno las escasas patirrojas supervivientes tienden
a reunirse y pasar la estación juntas, normalmente en un único bando de unos
10-15 individuos.
Hoy
cazar una de estas perdices, lejos de resultarnos atractivo, supone un acto de
melancolía e irresponsabilidad; por eso hace años que dejamos de siquiera intentarlo. En contadas ocasiones,
cuando salimos a cazar algún conejo en la General, tenemos el privilegio de ver
volar a lo lejos a ese último bando, siendo a la par un símbolo de nostalgia y
supervivencia. Sin embargo, queremos pensar que estas bravas aves nos están dando
tiempo, y en un grito mudo nos piden una agricultura que no pulverice veneno en el lugar donde crían a sus perdigones, y que les devolvamos los
linderos donde ubicaban sus nidos y esquivaban a los predadores. No dejemos a
los últimos bandos a su suerte, y sobre todo, no dejemos que con el tiempo
lleguen a ser también un mero recuerdo.
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